La importancia de esperar a Pau
Una historia de nuestra segunda concentración
Las concentraciones de pretemporada son momentos de encuentro y de descubrimiento. Todos los ciclistas llegan con la incógnita de saber cómo de bien han trabajado en invierno: por mucho que digan los vatios, siempre hay un punto de incertidumbre que sólo se disipa en la carretera.
A esta incógnita se añade, en el caso de los que llegan desde juvenil, las dudas y los nervios propios de quien llega a un grupo humano y una categoría nuevos. De repente estás rodeado de personas que no conoces; de repente te enfrentas a entrenamientos una o incluso dos horas más largos de lo habitual para ti.
Es responsabilidad de los veteranos ayudar a los nuevos a encontrarse a gusto en el seno del equipo. Esto que ocurrió en la concentración que celebramos en enero con José Félix Parra y Pau Miquel es un buen ejemplo de esto. Primero leeremos el punto de vista de Parra; tras la imagen, hablará Pau.
Fue un día de entrenamiento bastante duro, en el que habíamos hecho varias series en llano. Yo veía las caras de los ‘juveniles’ y me acordaba de mis primeras concentraciones en el Equipo Lizarte, que los primeros entrenamientos se me hacían muy duros…
Íbamos divididos en tres grupos. Vi que Pau Miquel se había descolgado de su grupo, que estaba por delante del mío. Cuando le pillamos iba muy justo, sufriendo. Llevaba una pájara enorme, la propia de no haber comido. Camino del Hotel Andia el equipo seguía yendo muy exigido y le dije que no se preocupara, que yo le esperaba para acompañarle en los últimos kilómetros de entrenamiento.
Creo que esto sirvió, sobre todo, para hacerle más llevadera la parte final del entrenamiento y para integrarlo en la dinámica del equipo. Esos kilómetros que rodamos solos aprovechamos para conocernos. Ya de paso, como veterano, le expliqué qué y cuándo tenía que comer, y le conté que no pasaba nada por que lo hubiera pasado mal en un entrenamiento: que era mucho más importante que fuera capaz de asimilarlo y darle la vuelta a la situación de cara al día siguiente.
Pau me agradeció muchísimo lo que hice. Me dijo que había sido un gran detalle por mi parte y que le había ayudado un montón. Al día siguiente me acerqué varias veces a él durante el entrenamiento para ver qué tal estaba e indicarle cuándo tenía que comer.
Yo había llegado a aquella concentración sin haber hecho nada de intensidad en mis entrenamientos; me había dedicado a sesiones de fondo. Además, en la tarde anterior a este entrenamiento en concreto me había sentido regular de la barriga y no había comido lo normal en mí ni cenando, ni desayunando, ni sobre la bici…
Hicimos dos series de 20 kilómetros. En la primera me encontré bien; en la segunda, en cambio, me vine abajo. Agarré un pajarón: no tenía fuerza, no veía lo que había un metro delante de mí. Me quedé del grupo en el que iba y sufrí mucho para mantener el ritmo del siguiente. Cuando paramos para juntarnos y soltar piernas hasta el Hotel Andia, iban marcando el ritmo Martí Márquez y Kiko Galván… Y era un ritmo tranquilo, de paseo, pero yo no podía más. Iba pedaleando con todo, en plato pequeño porque no lograba mover el grande…
Fue entonces que dije ‘chau’ y Parra se quedó conmigo. Mira que le dije que tirara con los demás, pero insistió en acompañarme. Si no llega a esperarme, yo me hubiera parado en una gasolinera a beberme una CocaCola o algo. Nunca había pillado un pajarón tan grande.
Lo primero que hice al día siguiente, cuando volví a ser persona, fue darle las gracias a Parra por su compañía y por la conversación durante mi pájara. Ir acompañado y hablando ayuda mucho psicológicamente en un momento así. Encima iba al lado de todo un José Félix Parra, un tío que había ido al Mundial de Innsbruck… Eso me hizo sentirme muy integrado en el equipo.